Cuarenta y cinco años después aún recuerdo con mucha claridad mi primera inmersión en las transparente aguas de Cozumel, en el Caribe mexicano.
Buceo desde que tengo cinco años. Los tíos de mi amigo Goofie, Manuel y Tomás Noriega tomaron un curso de buceo, se les hizo muy fácil comprar equipo de buceo en EU y enseñar a toda la familia. Sus muchos sobrinos, entre los que me contaban a pesar de no ser de la familia. Nos enseñaron en una fosa de clavados del IMSS en Coyoacán y de ahí continuamos en Acapulco. Con un solo tanque a una profundidad no mayor a 7 metros, buceábamos unos cinco niños. No había compresores de buceo en México. Así que, los tanques de buceo se enviaban a Los Ángeles en California a llenar, por avión.
Toda mi infancia y adolescencia buceé cerca de la ciudad de México. En cualquier ojo de agua. En las pozas de Acutzingo, en Alchichica, Pue.; en las Estacas y en Tequesquitengo, Mor.; en Taxidhó, Hgo. Incluso en el Nevado de Toluca y el Ixtacíhuatl. Siempre en agua puerca y muy turbia. Con trabajo, veíamos nuestra mano a medio metro. Pero el chiste era bucear.
Así que, ingresar dentro del mar azul turquesa de Cozumel y poder observar a mis compañeros dirigirse hacia el fondo. Ver la arena a 18 metros de profundidad y hacia el frente a 40 metros, era una alucinación. Y constantemente soñaba con esa sensación de flotar en aguas transparentes y cristalinas. Sensación que solo experimenté un poco más tarde, también en la Laguna de la Media Luna, S.L.P.
Comencé buceando en Aquamundo, la primera escuela de buceo en México, a pesar de lo que afirma Bill Horn. Después ingresé a la UNAM y fundamos gracias a Gabriel Nayar, el Equipo de Buceo de la Facultad de Ciencias y la Asociación de Buceo de la UNAM.
Siguiendo a mi querido amigo y sensei del buceo Gabriel Nayar comencé a venir a Cozumel y al final ya vivía más tiempo en la isla que en mi casa en CdMx.
Cozumel es y ha sido mi casa. Hace 20 años decidí finalmente venir a vivir aquí y poco a poco recuperé a mis clientes de buceo por el simple hecho de volver a bucear con frecuencia.
Cuando experimentamos la fuerza destructora del huracán Wilma en 2005, mi padre me dijo, “tú solo conocías el lado amable del mar. Ahora ya conociste su fuerza destructora”.
Para mí, el océano sigue siendo esta sensación cálida y agradable de descender en aguas cristalinas encontrar un arrecife lleno de peces multicolores y pólipos coralinos que ofrecen alimento y refugio a cientos de especies animales y vegetales. Con la sorpresa de un tiburón o una tortuga. Una manta águila. Esto produce que cientos de miles de turistas nos visiten cada año y tengan el privilegio de bucear en el segundo arrecife de barrera más grande del mundo después de Australia. Parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano. En definitiva, me siento en casa.